Ojalá nos hubiésemos querido tanto
como nos odiamos ahora.
Y es que quizá solo nos conocimos para saber
a qué sabe el dolor cuando te matan por dentro.
Siempre te dije que ibas a dejar huella,
pero no hacía falta pisarme el corazón tan fuerte para ello.
Yo abrazaba al amor por detrás
y tú te empeñabas en cogerlo fuerte del cuello.
Y hoy me dedico a cerrarle las puertas
a todo el mundo, porque este destrozo es nuestro
y no quiero que nadie entre a arreglarlo,
quien lo rompe lo arregla, y te estoy esperando con todo por medio
y pensando que en algún lugar de estas lágrimas
gotea tu nombre y la posibilidad de haber sido eternos.
Y ahora el daño ya está hecho,
y cuando el daño está hecho no queda otra que sentarse
en la mesa y comérselo solo y en silencio,
hasta que se termine el plato.
Fuiste una hija de puta,
una piedra en medio del camino
con la que volvería a tropezar cada vez que me levantase.
Siempre duele que te destrocen,
pero tú al menos tuviste estilo para hacerlo, y se agradece.
He estado a punto de admitir que lo nuestro fue un error,
a punto de aprender de ello,
y me ha entrado miedo a olvidar como dueles.
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